Por Eduardo Mazuera*
Imagen: Manuel Saga
Bogotá se está transformando permanentemente, eso debe entenderse como un proceso que no puede ignorar, ni olvidar el patrimonio cultural —tanto material como inmaterial— y específicamente el del Centro Histórico. En muchas ocasiones el patrimonio es considerado algo intocable, como un objeto de museo, siempre aislado, inmodificable y perfectamente conservado. Esas son una serie de buenas intenciones que buscan protegerlo; sin embargo, es importante comprender la utilidad del patrimonio. Cómo el patrimonio, en tanto se mantenga vigente, dinámico, con la participación de la comunidad, es útil para todos los miembros de la sociedad. Si los diferentes actores sociales se identifican y apropian de ese patrimonio cultural, su sostenibilidad en el tiempo está garantizada.
Renovar el patrimonio cultural tiene la idea implícita de una intervención adecuada, con criterio, metodología seria y una estructura que permita hacer la valoración de cada edificio. Esto permite tomar una serie de decisiones acerca de cómo intervenirlo. Si se trata de patrimonio inmaterial hay que hacer una valoración similar y comprender cuál es su papel dentro de la sociedad contemporánea. El patrimonio inmaterial es algo que se refiere a tradición, costumbres, conocimiento de tiempo atrás, pero que debe verse reflejado en la actualidad, en el día a día de los ciudadanos.
Para que esa renovación no sea a costa del patrimonio sino a partir del patrimonio existen los Planes Especiales de Manejo y Protección (PEMP), que buscan elaborar un diagnóstico acerca del estado en el cual se encuentra el bien de interés cultural. Ese diagnóstico se remite a los antecedentes históricos y al estado actual de conservación del edificio. También identifica los riesgos bajo los cuales se encuentra el bien de interés cultural, bien sea por un uso inadecuado, porque la normativa vigente amenaza con darle lugar a otras construcciones o incluso por proyectos de infraestructura en los cuales una obra puede poner en riesgo ese bien de interés cultural.
Las dinámicas económicas a veces resultan en detrimento del patrimonio cultural porque van a orientar la atención de los inversionistas hacia nuevos proyectos que probablemente involucren la destrucción de ese patrimonio que si no fuera perjudicado podría aumentar el valor de sus proyectos.
El diagnóstico del PEMP también propone qué se puede hacer. La segunda etapa del PEMP es una formulación que dicta unas condiciones de manejo, reglas del juego. A partir del diagnóstico que se estableció para el bien de interés cultural se elabora una normatividad que beneficie la conservación del edificio y que además determine cuál es el uso adecuado, el tipo de intervenciones que se deben hacer y las normas de conservación para el sector, pues no solamente se limita al edificio aislado sino también a su área de influencia, lo que los vecinos pueden o no hacer para no afectar el bien de interés cultural.
Desde que se formuló el Decreto 678 de 1994, que reglamenta la normatividad aplicable al Centro Histórico de Bogotá, la ciudad ha tenido muchos cambios. Sin embargo, se puede rescatar la identificación preliminar que se hizo del conjunto de inmuebles de carácter patrimonial que conforman el Centro Histórico de Bogotá y a partir de eso evaluar si esos inmuebles todavía se conservan, si no han sido profundamente transformados hasta el punto de reevaluar la categoría de conservación dentro de la cual se encuentren.
Cuando se trata del Centro Histórico de Bogotá los planes especiales de manejo y protección no solamente se restringen a un bien aislado sino a un conjunto de inmuebles, a un sector entero. En el caso de Bogotá, y con el nuevo PEMP, el Centro Histórico se extiende hasta las localidades de La Candelaria, Santafe y Mártires, donde están incluidos los inmuebles históricos tradicionales que vale la pena atender dentro de este mismo programa.
Eduardo Mazuera
Profesor del departamento de Arquitectura de la Universidad de Los Andes, especializado en patrimonio cultural.
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