Como parte del especial #locentraldelcentro rescatamos esta entrevista al arquitecto Juan Pablo Ortiz, publicada originalmente en el número de julio 2016 de la revista Proyectos editada por el Departamento de Arquitectura de la Universidad de Los Andes.
Desde hace 16 años Juan Pablo Ortiz ha realizado tres proyectos en el centro de Bogotá: el Archivo Distrital (2000-2003), el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación (2008-2013) y actualmente desarrolla el Proyecto Ministerios. Los tres son resultado de concursos públicos en los que trabajó haciendo equipo con Andrés Ortiz y Pablo Moreno, con José Vallejo y Santiago Fonseca, y con Mauricio Uribe (asesor histórico) y T301 (Pablo Forero y Julián Restrepo), respectivamente. También, participó en el concurso para el archivo del Ministerio de Hacienda. Esta conversación, nos permite, además de conocer su visión y pensamiento sobre la arquitectura y la manera de abordar estos proyectos, entender su visión del centro de Bogotá.
Descarga la entrevista original aquí.
Rafael Méndez (RM). El Archivo Distrital y Ministerios están localizados en el borde sur y suroccidente del centro histórico, el Centro de Memoria es contiguo al Cementerio Central. Son tres proyectos de escalas y programas diferentes, realizados en momentos diferentes, que nos permiten ver cómo trabajar en un lugar tan complejo con condiciones diversas. ¿Qué ha sido lo más importante al hacer estos proyectos en este sector de la ciudad?
Juan Pablo Ortiz (JPO). Aun con las diferencias de los proyectos, el método de trabajo ha sido similar; nos interesa, ante todo, relacionarnos con el lugar, yendo más allá de lo evidente para buscar las estructuras ocultas que tiene el lugar y dialogar con ellas.
Lo que hacemos los arquitectos es un intercambio dialógico, porque la arquitectura se posa sobre la tierra, una superficie en la que se desarrolla la cultura, donde se cultiva, donde se establece una relación empática con la naturaleza. Ponernos en esa relación de equilibrio entre el artificio y la naturaleza es ponernos en la misma condición dialógica de asentamientos como Machu Picchu, en donde resulta sobrecogedora esa relación dialógica, sincrónica y empática entre lo artificial y el sitio geográfico.
Es un diálogo entre dos elementos, de alguna manera opuestos, que en su unión se convierten en uno.
RM. Pero en el caso del centro de Bogotá hablamos, más que de un entorno natural, de un entorno urbano.
JPO. Un entorno urbano que tiene una relación con un suelo que lo ha recibido y que se sigue construyendo. Rafael Moneo habla de la inmovilidad sustancial de la arquitectura. La arquitectura es esencialmente inmóvil, es la única de las artes que está arraigada a la tierra, ontológicamente arraigada a la capa donde se construye la cultura. Es por esto que el lugar es donde lo construido adquiere su ser y esta condición implica adquirir conciencia de que la tierra, el suelo y el paisaje son el inevitable primer material con que se construye la arquitectura.
El sitio donde se posa el edificio es el primer material con que arrancamos una construcción, con lo cual es un diálogo, una relación dialógica con la tierra. “Sin el solar, sin un específico y único lugar, la arquitectura no existe” dice Moneo.
RM. Podemos hablar del Archivo Distrital en este sentido, ¿de qué situación parte y qué relaciones se establecen con el sitio, que es una manzana resultante de la inconclusa renovación del barrio Santa Bárbara iniciada en 1985?
JPO. Lo que importa en ese caso es cómo se fue construyendo la ciudad en su relación geográfica entre el cerro y la parte plana y, en ese punto en particular, la conformación de los barrios como estructuras socioculturales heterogéneas aunque estuvieran separadas simplemente por el río San Agustín.
Para el proyecto fueron muy importantes las crónicas escritas sobre el sitio, las cuales hablaban de formas de habitar del lugar, que el archivo trata de sacarlas o retomarlas.
Se trataba de mirar lo que está oculto a la vista, lo que los griegos llamaban aletheia (άλήθεια): el acto de desocultar, quitar velos, sacar a la luz lo que es invisible a los ojos.
Eso se traduce en decisiones como dejar una sesión pública amplia, cercana al 50 %, permitiendo con este gesto urbano, una conexión que procura eliminar en este sitio de la ciudad la barrera entre el centro histórico y el sur. En sentido oriente-occidente se propone romper la masa del edificio para dejar un paso público, estableciendo una circulación peatonal que da continuidad de la calle quinta. Luego, hay gestos como permitir y enmarcar vistas a diferentes sitios de la ciudad. En la esquina de la carrera quinta con calle sexta B dejamos una espejo de agua que recupera la memoria de una vieja fuente, la Mana de Santa Teresa, de la que hablaban las crónicas de la ciudad; así, algo que estaba en las memorias reapareció en el espacio de la ciudad.
RM. Hemos hablado de la dimensión geográfica de la arquitectura y la ciudad, pero trabajar en el centro —y esto tiene que ver con esas crónicas—, implica una dimensión temporal.
JPO. “La utilidad universal de la arquitectura es conjurar la discontinuidad del tiempo y la continuidad del espacio”. Creo que esta frase de Antonio Armesto llega a la esencia
de lo que es el oficio. Si pensamos en un utensilio como una urna funeraria, esta, más allá de contener cenizas, cumple con la condición de conjurar el tiempo; rompe la discontinuidad del tiempo natural, del tiempo cíclico de la vida; como utensilio de la memoria, hace que el tiempo perviva. Hacer que el tiempo continúe por medio de estos utensilios mnemotécnicos es una de
las utilidades de la arquitectura.
Por otra parte, está la condición del espacio. En la naturaleza el espacio es todo continuo, solo existe naturaleza. Pero la arquitectura tiene la virtud de romper esa continuidad natural al establecer referencias y límites. Al emplazar en la naturaleza un elemento, un menhir por dar un ejemplo esencial, se produce, gracias a este artificio, una discontinuidad en el espacio natural y, con ello, se marca un lugar en el mundo que nos permite orientarnos, una centralidad que le da sentido a nuestra cotidianidad. Esto explica que hombres con muchas carencias y limitaciones como los que construyeron estos menhires, se hayan tomado el enorme trabajo de erigir estos objetos aparentemente inútiles pero que en realidad son marcas en el paisaje que les permitían orientarse y así decir “a esta tierra pertenezco, este es el lugar de mi morada”.
RM. Podemos pensar que eso es lo que se logra con el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación emplazado en un predio vacío, a un costado de la calle 26, contiguo a los columbarios desocupados e inútiles del Cementerio Central.
JPO. De nuevo retomo a Armesto para decir que el hombre vive entre dos intemperies. Por un lado, la intemperie física de estar expuesto a un determinado medio ambiente, por otro lado, una intemperie moral que el hombre alivia con la arquitectura, la cual le permite ubicarse en un lugar. De protegernos de la intemperie moral surge la necesidad de hacer un lugar donde antes solo había un sitio, fuera natural o artificial.
Entonces, la utilidad genuina de la arquitectura consiste en construir lugares. Así, la arquitectura, en cuanto útil y contenedor de lo humano, debe procurar una conciencia sobre su presencia, el estar acá y ahora. Esa presencia, que trasciende lo físico, y siguiendo a François Lytard, “es un vacío en la continuidad del tiempo”.
El tiempo es, entonces, una condición por excelencia de la arquitectura y el ideal es lograr su permanencia. En su relación con el hombre, la arquitectura responde instrumentalmente a lo que de ella se demanda; utiliza de manera respetuosa y consciente los materiales; es capaz de atender y darle sentido a los afanes y deseos de los ciudadanos. Todo ello sin que la agenda formal y la búsqueda vana de la novedad sea la que dicte lo que debe ser su presencia.
RM. El Archivo y el Centro de Memoria son proyectos similares en escala y tipo de intervención; se trata de edificios que con sus áreas libres ocupan una manzana. El proyecto Ministerios es una intervención de renovación que compromete varias manzanas.
JPO. Las dimensiones son distintas pero la estrategia proyectual es similar en cuanto a la relación con el entorno. Aunque sean una o cinco manzanas, la mirada al sitio es la misma, porque no se trata solo del entorno físico inmediato, sino de un entorno más amplio respecto a la historia del centro y las relaciones sociales y físicas con el sitio geográfico.
El Centro Cívico en el centro de Bogotá hace parte de varias actuaciones para renovar el centro, que incluyen a Fenicia, San Bernardo, Estación Central, San Victorino. El proyecto incluye cuatro manzanas sobre la carrera Décima, dos manzanas en Santa Bárbara y parte de una manzana contigua a la sede de la Vicepresidencia. Todas hacen parte del damero
fundacional de Bogotá.
La construcción de la carrera Décima, la “carrera de la modernidad” como la llama Carlos Niño, desapareció el mercado de La Concepción y la iglesia de Santa Inés, lugares que le daban sentido a la ciudad, con actividades fundamentales en el cotidiano y en los ritos de los ciudadanos y de la vida urbana. Con la demolición de estos edificios en los años cincuenta, los barrios se quedaron sin su centro de sentido y, por lo tanto, sin lugares que protegieran a sus habitantes dela intemperie moral. Así se inició el deterioro del centro, con una carrera de la modernidad que no se acabó de conformar y que luego fue abandonada.
A principios del siglo XXI se hizo el parque Tercer Milenio que quedó como un vacío expectante, pendiente de que algo suceda en sus bordes. Por ahora es un espacio vaciado y que aspira a tener un sentido, porque llegan a sus bordes proyectos capaces de revitalizar el parque e incluirlo dentro de la vida cotidiana del centro de Bogotá.
Por esto, el proyecto es una oportunidad importante para la ciudad y el parque, pues permite pensar esta parte del centro histórico como un centro cívico vital que incluirá la sede de los ministerios, hoy dispersos por la ciudad, para darle nuevas dinámicas urbanas al sector.
Antes que plantear una composición urbana o arquitectónica, proyectamos una estrategia que permita un proceso de revitalización del sector. La ciudad ha ido creando una barrera, un límite entre lo que se valora —La Candelaria—, y lo que no. El proyecto busca diluir esa línea, reuniendo e integrando dos condiciones urbanas y sociales diferentes, de la misma manera como sucede en el mundo natural en el delta de un río donde se dan los intercambios más inusitados de biodiversidad entre la vida del agua dulce y del agua salada. Así, el urbanismo planteado debe conformar espacios de intercambio social donde la diferencia e incluso una cierta disonancia se propicien.
En la propuesta nos apoyamos en otras disciplinas, sobre todo en el cine y la literatura. Roland Barthes habla de pasar de lo contextual a lo intertextual y lo entendemos como una operación que tiene que ver con un sitio, interactuando con él. Como sucede en el cine, hacemos un intertexto, reinterpretando un texto existente, partiendo de la esencia de diversos espacios para plantear un nuevo tipo de espacio ciudadano.
RM. Muchos habitantes de Bogotá tienen una imagen del centro como un lugar de deterioro, informalidad, congestión y abandono, especialmente en los bordes sur (avenida Los Comuneros) y occidente (carrera Décima y avenida Caracas). ¿Cómo va a lograr su estrategia cambiar esa imagen y la realidad actual de uso de este sector del centro?
JPO. Hay que establecer nuevas relaciones entre sectores que hoy están separados por una línea de deterioro físico y social que es fácil de leer.
La vida del centro se daba en sentido oriente-occidente. De las montañas se sacaban recursos como la madera, materiales de construcción y el agua. En el occidente estaban espacios de intercambio como el mercado de La Concepción y las plazas de San Victorino y España. Cuando se rompieron esas relaciones se rompieron las relaciones entre la parte alta del centro y la parte baja. La propuesta busca reestablecer conexiones. Con la continuidad de calles como la novena, rota por el cerramiento del Palacio de Nariño y el Capitolio. A eso nos referimos con construir un delta urbano donde se reúnan habitantes de diversas condiciones socioeconómicas en diversos espacios públicos.
El objetivo es conformar una intervención urbano-arquitectónica capaz de salvar el conflicto entre la individualidad de los nuevos edificios y la identidad propia del lugar. Es decir, otorgar el derecho que tiene lo nuevo a su propia contemporaneidad y el compromiso a favor de perpetuar los significados históricos y culturales del centro de Bogotá.
RM. Entiendo que acá entra la idea de lo intertextual como estrategia para la construcción de nuevos lugares en este sector de la ciudad. ¿Cómo es esa idea de la existencia de un texto en el que se interviene?
JPO. Podríamos hablar de una tradición renovada sobre el valor que tienen los elementos arquitectónicos conocidos para resolver problemáticas urbanas actuales, y de
cómo se puede construir haciendo uso de lo ya construido.
La arquitectura es un tipo de escritura impresa, no sobre papel, sino en la tierra. Pertenece a un texto más grande: la ciudad, que hace parte de una escritura más compleja: el mundo; este a su vez de una gran escritura: el universo. Entender el lugar es comprender cómo encaja el edificio en este gran texto.
Bajo la idea de intertexto, vemos los elementos del pasado que pueden servirnos de modelo o tipología ejemplar. En este caso usamos el patio, propio de la colonia, los pasajes
de la época republicana y la torre plataforma de la modernidad. Con elementos que sabemos que le han servido bien a la construcción del lugar, hacemos una nueva propuesta. Esa es la labor intertextual.
Más que hacer objetos arquitectónicos que dejan espacios libres residuales, intersticios que llamamos espacios públicos, queremos construir verdaderos espacios públicos. Partimos de una primera operación de la estrategia que consiste en tender un tapete, una plataforma moderna que nos
permite pegarnos a las construcciones existentes, reconstruyendo
la manzana original paramentada que garantiza una cierta uniformidad de paramentos. Esa plataforma se perfora, tomando como referencia patios ejemplares del centro como los del Claustro de San Agustín o el Archivo Nacional. Sobre ese tapete perforado se abren unos pasajes que conectan otros existentes y calles sin continuidad. De esta manera se conectan y relacionan los patios con los bordes del lugar.
Por otra parte, se retoman los aleros modernos bogotanos, propios de la carrera séptima, para conformar el borde la carrera Décima; las arcadas de los patios coloniales, espacios que protegen de la lluvia y el sol, se reinterpretan en torno a las nuevas concavidades urbanas. Es claro que hay una inspiración en el Centro Internacional al hacer todo el primer piso público con espacios abiertos que no pedía el concurso, pero que se convierten en los más importantes porque invitan a los vecinos a participar de esta porción de ciudad.
Formalmente se busca que la arquitectura enmarque el paisaje dejando intervalos entre los edificios para permitir la vista a los cerros. La torre se establece como nueva marca en el paisaje y punto de referencia llegando desde el sur de la ciudad.
RM. Está bien que el Estado quiera traer y concentrar sus instituciones en el centro y que invierta en su revitalización. Pero esto también puede producir gentrificación y desplazamiento de actividades del sitio.
JPO. La propuesta implica volver a la mezcla de usos junto con las instituciones estatales: vivienda, talleres artesanales tradicionales del lugar, restaurantes, comercio, instituciones de artes y oficios. Estamos trabajando en recuperar el teatro Ayacucho con su función original y en convertir las casas coloniales existentes de mayor valor en nuevas viviendas. Es una apuesta interesante que varias instituciones estén al lado de un centro comunitario, de servicios sociales y, sobre todo, de vivienda.
RM. En estos proyectos que ha comentado: ¿Cómo entiende el patrimonio y su participación en la ciudad actual?
JPO. El patrimonio es una herencia que hay que dejarles a nuestros hijos y nietos, pero para legarlo, hay que sumarle un valor mayor que el de ser testigo de una época anterior. No basta con dejar las cosas tal cual como estuvieron en su origen porque para hacer sostenible el patrimonio debe haber nuevas dinámicas urbanas, económicas y sociales capaces de proyectarlo hacia el futuro.
Últimamente me interesa un tema que es la sostenibilidad desde el punto de vista de la forma. Creo que además de la sostenibilidad medioambiental, social y económica la arquitectura debe pensarse desde la sostenibilidad de la forma, entendiendo cómo una forma arquitectónica supera el
tiempo y se arraiga en la herencia construida.
Es una postura en la manera de actuar en la ciudad, pensando la arquitectura con unas ciertas formas que la hacen sostenible en el tejido de la ciudad; formas que están probadas, que permanecen y se adecúan. Es un entendimiento de la herencia arquitectónica, no simplemente desde el lenguaje arquitectónico, sino de cómo esas formas tienen relación con las maneras como se vive un lugar, de cómo se usa y de las relaciones que establecen con la ciudad.
RM. Al repasar estos proyectos —han pasado 16 años en su realización—, se esperaría que el sitio cambiara con la arquitectura, que se generara un movimiento en torno a ellos, sin embargo, no ha habido mayores cambios en la revitalización y recuperación del centro.
JPO. Hay que entender la dinámica de cómo se construyen estos proyectos y cómo se construye la infraestructura en la ciudad. En el caso del Archivo Distrital, el paso de la avenida de Los Comuneros no intervino en los predios y el espacio público quedo sin conformar. En el Centro de Memoria no se completó la intervención con la demolición de las construcciones que permitiera la conexión de la calle 26 con el barrio Santa Fe. Así son las actuaciones.
El Archivo es sólo una manzana, el Centro de Memoria es solo un edificio en una manzana. Ministerios supera la escalade edificio y del predio para hacer un proceso de revitalización urbana y si se lleva a cabo será un importante experimento que no hemos visto en la ciudad. Hay una voluntad política y una postura innovadora que quiere combinar usos y usuarios superando la zonificación, logrando heterogeneidad, en un territorio compartido de manera diversa.
Podemos decir que no ha cambiado nada, pero aunque hay decisiones que escapan a las intenciones del arquitecto, cada proyecto crea unas nuevas condiciones en el lugar y nuevas posibilidades para lo que venga después; se define un nuevo sitio para futuras intervenciones. Acá puedo recordar a Zumthor cuando habla de cómo, al caer una piedra a un río, se forman nuevas turbulencias, cambian algunas condiciones, pero esa piedra ocupará su lugar y el río seguirá su curso de continua transformación; hacer arquitectura formalmente sostenible es construir sin impedir que la vida urbana siga fluyendo.